Cuando los aranceles entran en clase: Enseñar desde la actualidad
Una de las cosas más apasionantes de la enseñanza es que, por mucho que tengamos planificado el desarrollo del curso escolar y todo esté recogido en las programaciones didácticas, siempre habrá algo que lo cambie todo. Un acontecimiento, un hecho o una situación inesperada puede obligarnos a detenernos, a mirar de frente lo que ocurre y a prestar atención. Porque eso también es enseñar.
Uno de esos momentos clave suele llegar tras un conflicto entre el alumnado. Entonces, toca parar, poner el foco en lo que está pasando y trabajarlo, porque la resolución pacífica de conflictos no es solo un contenido más: es uno de los fines esenciales de la educación.
En los últimos días —aunque ya venía de antes— la palabra arancel se ha colado en nuestras vidas. Y probablemente, al planificar este curso, ni se te pasó por la cabeza que tendría tanta presencia en el debate social. Incluso puede que no supieras exactamente qué significaba. A mí me ocurrió: tuve que ir al diccionario de la RAE, donde descubrí que un arancel es la “tarifa oficial que determina los derechos que se han de pagar en varios servicios, como el de costas judiciales, aduanas, etc.” La segunda acepción lo deja aún más claro: una tasa. Así de simple y así de complejo a la vez.
Siempre digo que la escuela es un ensayo para la vida. Es una microsociedad donde la realidad se representa en forma de dinámicas, conflictos, acuerdos y aprendizajes. Si lo pensamos bien, lo que está ocurriendo con los aranceles entre potencias económicas puede explicarse perfectamente en un aula. Y puede ser una excelente forma de que el alumnado comprenda lo que pasa fuera.
Imagina que cada alumno representa un país, con habilidades y materiales únicos. Algunos traen muchos bolígrafos, otros muchos lápices, otros son generosos compartiendo ideas. Normalmente colaboran, se ayudan, intercambian recursos y cooperan en los trabajos. Pero un día, uno de ellos decide que no le conviene seguir compartiendo o que ya no le parece justo hacerlo en las mismas condiciones. Y dice: "Si quieres que te deje un bolígrafo, tendrás que darme dos lápices a cambio".
Esto sería subir los aranceles: encarecer el intercambio, poner barreras. El otro alumno, molesto, podría responder: "Pues si tú haces eso, yo ya no compartiré mis gomas contigo". Y así comienza la escalada: más restricciones, menos cooperación.
¿Dónde nos lleva eso? Al conflicto. Un conflicto que no solo afecta a los implicados, sino a todo el grupo. Se genera tensión en clase; los demás observan con preocupación; se rompe el ambiente colaborativo y se pierde tiempo en discusiones en lugar de avanzar. Además, algunos pueden sacar provecho de la situación, mientras que otros se verán perjudicados, según a quién apoyen o cómo les impacte el conflicto.
Esta escena bien podría representar lo que está ocurriendo entre Estados Unidos y la Unión Europea, o incluso las dificultades internas de esta última para alcanzar acuerdos entre sus propios países miembros. Pero, más allá de la política internacional, estamos ante un ejemplo claro de algo que necesita resolución si se persigue el bien común.
¿Y qué haría un docente ante esta situación? Muy probablemente actuaría como mediador, buscando restaurar la convivencia y el trabajo en equipo. Escucharía a las partes, trataría de entender las causas, fomentaría el diálogo y propondría acuerdos justos. Recordaría las normas de respeto y cooperación del grupo, diseñaría dinámicas para reforzar la empatía y subrayaría la importancia de construir juntos en lugar de competir. Su objetivo no sería solo apagar el fuego, sino enseñar a convivir, a resolver, a crecer como comunidad.
Y quizá eso es lo que hace falta en este conflicto comercial en el que estamos inmersos, aunque no lo notemos directamente —a menos que tengamos acciones en el IBEX 35 o en otros mercados—. La gran pregunta es: ¿serán capaces de ponerse de acuerdo?
A veces dan ganas de pensar que, a todos los actores políticos implicados en esta guerra comercial, no les vendría mal sentarse juntos en un aula. Y que un docente, como tantos que cada día lidian con conflictos reales, les ayudara a entender, dialogar y avanzar, guiándose por los principios que rigen nuestra labor educativa.
Recuerda: tu trabajo, por pequeño que te parezca, contribuye siempre a construir una sociedad mejor. Aunque a veces el pesimismo intente ganar la partida, no dejes que te venza porque puede que en tu aula tengas a los futuros dirigentes políticos y entonces, una vez más, cobra sentido aquello de que la educación sigue siendo la mejor herramienta para transformar el mundo.
Como siempre, muchas gracias por leerme. ¡Ánimo con la semana, que las vacaciones escolares ya están a la vuelta de la esquina!
Besos y abrazos
Fran Nortes