Lo que nunca aprendí en la escuela e intento enseñar a mis hijos
A veces damos por sentado que la escuela prepara a nuestro alumnado para la vida real. Pero si miramos de cerca, hay aspectos fundamentales que apenas se rozan en el sistema educativo. Uno de ellos es la educación financiera: cómo gestionar los recursos, entender qué es un activo, un pasivo o cómo funciona el dinero en un mundo donde las decisiones económicas marcan grandes diferencias.
Te hago una pregunta directa: ¿Cuándo un alumno termina la ESO sabría distinguir entre un activo y un pasivo?
Es más, ¿lo sabes tú?
En mi caso, vengo de una generación donde la educación financiera dependía casi exclusivamente del entorno familiar. Mi padre fue gruista toda su vida y mi madre trabajaba en casa, no solo cuidándonos a nosotros, sino también a mi abuela María, que vivió con nosotros muchos años tras enviudar. Siempre he sentido que la expresión “ama de casa” no refleja la magnitud de todo ese trabajo invisible y constante.
En casa, la enseñanza económica era clara: ahorrar para afrontar imprevistos, comprar una vivienda, tener un coche, vivir con prudencia. Si surgía alguna oportunidad de inversión —en aquella época, principalmente productos ofrecidos por las cajas de ahorros—, se actuaba con extrema cautela, destinando siempre una pequeña parte del dinero, por si acaso. Acciones en bolsa, letras del tesoro, bonos del Estado… eran conceptos lejanos, casi ajenos.
Esta mentalidad, basada en el ahorro y la estabilidad, tiene valor, por supuesto. Pero con los años he comprendido que también había un gran vacío: no se hablaba de construir activos, de generar ingresos más allá del salario, de cómo poner el dinero a trabajar para ti.
Si analizamos los currículos de Educación Primaria y de la ESO, vemos que la educación financiera sí aparece, pero de forma muy básica.
En Primaria, los contenidos se limitan al conocimiento del sistema monetario europeo y a resolver problemas cotidianos de operaciones matemáticas sencillas.
En la ESO, se introduce el manejo de porcentajes, intereses, tasas y la interpretación de información financiera básica. Pero poco o nada se enseña sobre cómo construir activos, entender inversiones, analizar riesgos o diseñar una estrategia financiera personal.
Y la realidad es que hoy, más que nunca, necesitamos esas competencias. Porque generar activos —ya sea a través de un negocio, inversiones en bolsa, inmuebles que produzcan rentas, regalías digitales, etc.— es clave para construir independencia y estabilidad en un mundo tan cambiante.
Te comparto algo personal:
Con mis hijos intento corregir esa carencia que yo mismo tuve. Por ejemplo, mi hijo pequeño, que tiene nueve años, suele ayudarme a grabar los vídeos que publico en Instagram (sí, ahora entenderás por qué muchos planos son picados: cuestión de perspectiva y estatura). Se maneja bastante bien con los zooms y los movimientos de cámara.
Hace un tiempo, me planteó algo muy lógico: que trabajaba para mí, pero que no recibía nada a cambio. Aproveché la ocasión para introducirle, de forma simbólica, en conceptos básicos de educación financiera. Acordamos que recibiría 50 céntimos por cada incremento de 5.000 visualizaciones a partir de los 10.000 en un reel. Es decir, entre 10.000 y 15.000, ganaría 50 céntimos; entre 15.000 y 20.000, 1 euro; y así sucesivamente.
El dinero solo podría retirarlo una sola vez cuando él quisiera, entendiendo que las visualizaciones cambian y que esperar puede tener recompensa.
Con este pequeño acuerdo simbólico aprende a:
Entender que la rentabilidad es una probabilidad, no una garantía inmediata.
Interpretar métricas y datos reales (evolución de visualizaciones).
Tomar decisiones financieras (cuándo retirar el dinero), aunque aquí aún no asume riesgos reales, ya que las visualizaciones no bajan como sí sucede con la cotización bursátil.
Ejercitar la paciencia y la estrategia.
Con nueve años, no se puede ir mucho más allá, pero estoy convencido de que estas pequeñas bases pueden marcar una diferencia enorme en su manera de ver el dinero y los recursos cuando sea mayor.
Pienso mucho en esto al observar la trayectoria de grandes empresarios que triunfaron sin formación financiera reglada: Amancio Ortega, que ni siquiera finalizó los estudios básicos; Florentino Pérez, ingeniero de Caminos; o personas de mi propio entorno, que han construido patrimonios importantes simplemente porque entendieron bien cómo funciona el dinero.
No todo es cuestión de suerte. Suerte es que te toque la lotería, pero todas estas personas cumplen un denominador común: empezaron de la nada y supieron aprovechar sus recursos.
No se trata de que todo el mundo deba ser empresario o inversor. Se trata de que todo el mundo, sea cual sea su camino, tenga las herramientas básicas para comprender el valor del dinero, distinguir entre activos y pasivos y manejar con criterio su propia economía en un mundo cada vez más globalizado y competitivo.
Formar en educación financiera no es solo cuestión de matemáticas. Es enseñar a pensar a largo plazo, a interpretar el riesgo y a construir futuro.
Ojalá algún día lo entendamos de verdad.
Gracias, una semana más, por dedicarme tu tiempo y leerme.
Besos y abrazos,
Fran Nortes